23 abril 2009

Rafael Pérez Castillo: en el libro de los Hechos de los Cofrades de Ayamonte, consta, con firmas y testimonios: “que Cristo se entierra dos veces”.

Ángel León/Rafael Pérez Castillo/DonaldPress


Siguiendo con las crónicas y estudios hechos en profundidad por nuestro querido amigo y compañero de viaje por el mundo, a través de “Internet” bien utilizado, como suelo decir yo habitualmente.
Rafael Pérez Castillo, nos ofrece hoy una nueva e interesante entrega en la que nos va a revelar lo que hemos querido destacar de alguna forma, y por supuesto siempre con el único interés, de llamar vuestra atención, en cierto modo, un tanto especial, queridos ínternautas del mundo entero que, a través de estas redes sociales, tan maravillosas, para las que escribimos habitualmente, os surjan, con el mejor sentido de la palabra, la curiosidad de enterarse del ¿Por que?, de estos titulares tan llamativos… “en el libro de los Hechos de los Cofrades de Ayamonte, consta, con firmas y testimonios, que Cristo se entierra dos veces”.
Por supuesto que de una forma literal, en Ayamonte pueden ver a cual más bonitos dos Hermandades que nos muestran ambos cortejos fúnebres de Cristo, una vez muerto.
Creo que lo mejor es que entremos, directamente a analizar estos titulares que nos muestran “el doble entierro de Cristo” en la tarde, noche del Viernes Santo en Ayamonte y entrando practicamente en la madrugada del sabado santo:

JESÚS DESCIENDE,
EN LAS ANGUSTIAS “DOLOR” DE ENTIERRO.

SEPULCRO EN “SAN FRANCISCO”,
DUELO DE SOLEDAD

Doy por cierto que no existe otro lugar en el que en la tarde del Viernes Santo procesionen dos Santos Entierros. Siendo Andalucía el “continente” más importante en el mundo de la Semana Santa, en Andalucía, no me consta se dé tan singular circunstancia exceptuando, es obvio, Ayamonte.
Pues en Ayamonte, donde Jesús ha padecido en la complaciente rememoración que de su sacrificio se ha hecho, como si se quisiera fortalecer la certeza de su muerte, a falta de certificados de defunción, o de documentos gráficos, se le da dos veces sepultura, en dos duelos sin precedentes que siembran perplejidad en quienes sin saberlo nos visitan, e incluso en nuestros propios hijos que, llegados a su edad de los porqué, movidos por la curiosidad indagan de incisiva manera. El hecho de doble entierro, doble muerte, implica que se establece una importantísima premisa que, en el sentir cofrade, refuerza y dobla el valor de la Resurrección.
Para deshacer las divagaciones o los estudios que, por vía racional, lo contemplen ciertas minorías que quieren distraer el acontecimiento de la Resurrección y, como consecuencia, poner en duda todos los argumentos que sustentan nuestra fe, en el libro de los Hechos de los Cofrades de Ayamonte, consta, con firmas y testimonios, que Cristo se entierra dos veces.
¡Importante e insólito argumento de base para los Pregoneros!
¿Puede ser que La Villa a La Ribera, o La Ribera a La Villa, se disputaran ataúd, mortaja y sepulcro?
P
ues, ¡como hiciera Salomón!, pero esta vez con la muerte, Ayamonte, en el más puro y filosófico de los raciocinios, pone en escena la solución, por manifiesta, más irrefutable.
Desde la Parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, donde está establecida canónicamente, sale la Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Sacramental y Archicofradía de Nazarenos del Santo Entierro, Descendimiento de Cruz y Nuestra Señora del Mayor Dolor.
E
s el primero de los duelos.
Esta Hermandad, fundada en 1892, consta de tres extraordinarios pasos a los que arropa un importante número de penitentes negros con cíngulo amarillo, que llevan escrito en la parte delantera del antifaz la palabra CHARITAS (caridad), y sobre ella una corona real.

Abre el cortejo una mesa de descomunales dimensiones que refulge en el oro nuevo de su canasto, rematado con crestería, e igualmente en los respiraderos, y que da suelo de “calvario” suficiente para la distribución de las seis imágenes que conforman el Descendimiento de la Cruz, importante y magnífica talla de José Planes Peñalver del año 1948, que recientemente ha sido restaurado por María del Carmen Sánchez Ruda. Hace estación de Penitencia portado por sesenta costaleros en sus trabajaderas.

¡Plaza de la Laguna y Paso del Descendimiento! Binomio para ser ganador de todos los concursos: poesía, fotografía, pintura, escultura, interpretación… ¡Gloria! Ese es el trofeo. La magnificencia del conjunto expresando – ¡y de qué modo! – la grandeza de Dios, se deja notar en su caminar por nuestras calles; unas calles ya muertas del todo, que ensanchan sus trazados y separan balcones y terrazas, para que el único brazo que a Jesús le queda extendido no sufra daño alguno y se vea, con claridad, cómo va señalando situaciones que son caminos. Por ellos habrá que pasar.

Sigue la Urna llevando el Divino Cadáver.
¡No sé cómo este Cristo está muerto!

Nuestro paisano Antonio León Ortega, como si un regalo de Ayamonte fuera, deja caer levemente el rostro de Jesús en una forma magistral de expresar el sueño, la vida o la muerte. Y toda la delicadeza de su gubia creadora habla como si Ayamonte hablara para decir que Cristo está muerto.
El paso es de estilo gótico flamígero florido. En las esquinas, remate de cuatro capillas con los cuatro evangelistas. Sobre la mesa escoltan la canastilla ángeles custodios y en el remate capilla con custodia. Luz en cuatro candelabros de seis brazos.


L a composición total tiene las siguientes autorías: Urna, canasto, candelabros y respiraderos, de Manuel Guzmán Bejarano. Ángeles custodios de Luís Ortega Bru. Dorado y cartelas de Luís Barrios Herrera.

El paso de Virgen, no se sabe si es como una larga calle por la que la Señora viniera caminando y sólo se viera su final, o si algo especial hubiera nacido en la cerviz del costalero y todo su esfuerzo se resumiera en pies de ángeles.

¡Ahí viene la Virgen del Mayor Dolor!
N
o me atrevo a escribir o narrar de su rostro. Aparte mi torpeza, es un desafío a la riqueza de nuestra expresiva forma de hablar. Salvador Castillejos agotó aquí su herramental de tallar vírgenes, y a lo largo de toda su carrera haría alguna otra imagen de Virgen, o las que fueran; pero es imposible que la madera y sus manos repitieran milagro. En Ayamonte tenemos a la Virgen del Mayor Dolor.
Al paso de la Virgen se le suele llamar “el Palio”.

Pues del Palio del paso del Mayor Dolor, dijo antaño el Pregonero: “ Palio negro de cielo, porque está bordado de roturas hermosas que transparentan la Gloria”.
Una exquisitez de gusto inenarrable es “la Gloria” central bordada en hilo de seda que representa a la Santísima Trinidad. Los bordados de este valioso palio tienen un diseño claramente sevillano que se remonta a principios del siglo XX, y supone un magnífico trabajo sobre terciopelo negro de Lyón, obra de Manuel Elena Caro. Tiene orfebrería barroca repujada sobre metal plateado en la que destacan los varales de peana cúbica y los candelabros de cola de trece brazos. Tanto la saya como el manto tienen una notable antigüedad y, en concreto el manto, ha sido intervenido en varias ocasiones, una de ellas a cargo de las Hermanas Oblatas de Cádiz.
T
odavía la Virgen del Mayor Dolor está en la calle, paseando esa pena cogida de muchas casas de Ayamonte, cuando las puertas del Templo de San Francisco, de la Parroquia de Nuestro Señor y Salvador, de La Villa, no tienen paciencia de estar cerradas y se abren al pueblo que se agolpa en la explanada, en La Plazoleta, para ver salir la Cofradía, y asistir al segundo entierro de Jesús, el Jesús de Ayamonte.

Así es, tal como lo están leyendo; tarde de Viernes Santo y Semana Santa en Ayamonte, un pueblo que se agarra a la manifestación más genuina de su fe atreviéndose a enterrar dos veces a Cristo, para rubricar con la más original de las versiones, la muerte del Redentor en el cenit de su incomparable Semana Mayor.
Con un gentío comparable a las multitudes que seguían al Maestro en Tierra Santa, la gente se acopla en la Plazoleta de San Francisco que, si es visitada por el viento del norte que corre paralelo al Guadiana, ya supone una verdadera penitencia el esperar la salida de la Cofradía; pero ahí está el hecho y, desde que en 1980, la Santísima Virgen de la Soledad saliera con todos sus costaleros de rodillas atravesando el estrecho marco de la puerta, es este momento y lugar, el más frecuentado por cofrades y no cofrades que culminan con una ovación, guines en intensidad y extensión, uno de los trabajos más bonitos que tiene la Pasión ayamontina.
Así, rompiendo el aforo de la madrugada que se acerca y saturando el espacio de La Plazoleta, Ayamonte está a la espera de que la Cruz de guía anuncie a la Muy Antigua, Real e Ilustre Hermandad Franciscana de Penitencia de la Vera Cruz, Santo Entierro de Cristo y María Santísima en su Soledad.
C
omo suele ser norma y manejo de este tipo de nomenclatura, el título así expresado queda para los pergaminos y a los ayamontinos nos basta decir, Hermandad de la Soledad, cuya fundación data de marzo de 1550, y es resultado de la posterior fusión de la Hermandad de la Vera Cruz, hecha por los Marqueses de Ayamonte y la del Santo Entierro que fundaran los Duques de Béjar. ¡Ya está la franciscana Hermandad en la calle!
¿Qué dirían hoy aquellos frailes de los de Ora et labora?
¿Qué sentirán al oír las pisadas de los penitentes sobre sus tumbas?

E l primer paso es el de Cristo de la Vera Cruz. También es el primer Cristo que saliera de la maestra gubia de Antonio León Ortega. Este paso, que antes fuera segundo, hasta que en la Semana Santa de 1960 dejara de salir el del Triunfo de la Cruz sobre el Pecado – Alegoría de la Muerte – ha sido uno de los objetivos exigentes de la Hermandad y, por ello ha estado sometido a diversas reformas de esas que tanto gustan y que están diciendo que ya está bien; pero la última, para mi opinión cofrade, está siendo un llamativo “escándalo” en todos los aspectos. Realizado en los talleres de Hermanos Caballero de Sevilla, es de un barroco para ver con gafas, con cuatro candelabros de once luces en las esquinas y dos en los medios de los costados, con nueve luces cada uno. Todos ellos van dando luz de cera al primer Crucifijo de nuestro paisano que, además, tiene la particularidad de estar sujeto a la cruz por sólo tres puntos de contacto con ella. Los respiraderos son bordados en Mairena del Aljarafe (Sevilla) y llevan estampas de la Pasión. Un derroche de imaginación y esfuerzo que ha completado las partes delantera y trasera, quedando pendientes de su terminación, probablemente para 2010, si el caudal de empeño y las fuentes de generosa provisión no se agotan.
Los penitentes están comenzando a subir “La Barranca” con sus hábitos, nuevos para el desfile desde el pasado año, en que, por ratificación de cabildo y a propuesta de la Junta de Gobierno, la antigua uniformidad de túnica y capa negras con capirucho verde, es sustituida por la túnica de cola y cíngulo franciscano, con los tres nudos que simbolizan la obediencia, la castidad y la pobreza, y que imprimen mayor carácter de austeridad.
Los que han tenido la suerte de estar exactamente frente a la puerta del Templo, han visto el movimiento de mimo y desconsuelo con el que se lleva el segundo ataúd de Cristo, hasta la puerta del pueblo, allí donde la espera es oración bajita, no se oye, sólo unas pisadas que avanzan, nos conectan con la vida. Es confundible la forma de transmitirlo, porque en Ayamonte se suele decir “el Santo Entierro de San Francisco”.
¡Vengan a verlo!
Paso de estilo barroco cuyos respiraderos fueron tallados en 1944 por el ayamontino Francisco Domínguez Rodríguez – Paco el Tallista – y que llevan las catorce estaciones del Vía Crucis, habiendo sido éstas, talladas en alto relieve, en Barcelona. El dorado y policromado fue realizado por Carlos Bravo Nogales, al igual que los cuatro candelabros – farol en el centro – de ocho luces cada uno que datan de 1948, año de la restauración de la urna.

El Cristo Yacente, se sitúa en el siglo XVI y es atribuido a Ocampo. Posteriormente, en 1937, nuestro paisano, León Ortega, efectúa la reconstrucción de la imagen a partir de la cabeza.


En un silencio luctuoso, las Hijas de Madre Angelita, vigilantes del sepulcro eucarístico pueblan, en blanco de tocas, las ventanas desde las que se despide a Jesús. La Ribera se serena reflejada en su estero, y todo lo duplica el espejo del río.
Ayamonte se afana en ir cerrando la noche.
¡Y la Soledad!
Salió de rodillas la Virgen y llenó de soledad las calles. La Virgen de la Soledad, en su paso de palio con suelo de azahar, lleva una pena que nadie entiende. Mirarla y encontrar en sus ojos la respuesta, es cuestión de la fe que en ella se tenga.
La Virgen de la Soledad es de autor anónimo, siendo la actual una reconstrucción sobre la imagen antigua, que hiciera Antonio Castillo Lastrucci.
Se puede estar mirando a la Soledad y, de pronto, no verla. Lo quedo de su caminar y lo sutil y sublime de la forma de levantarla, dan nombre propio de buen hacer a su cuadrilla de costaleros. Los hombres que lleva la Soledad debajo, la sienten como algo más que propio y no conciben el hecho de estar fuera de la trabajadera. Son una familia y, a la vez, cada uno de ellos ha involucrado a su familia, convirtiendo a María en su Soledad en permanente invitada en sus hogares.

Manto, palio y saya bordados con oro fino sobre terciopelo negro en 1919 en los talleres de Juan Bautista Gimeno. El palio ve su terminación en 1956 de las manos de las Hermanas del Convento de Santa Isabel. Los varales llevan en su basamento las imágenes de los doce apóstoles en oro, destacando considerablemente sobre la plata repujada. En el centro del respiradero frontal, hay una capillita con la Virgen de las Angustias tallada en madera y policromada por Carlos Bravo Nogales. Junto a la Virgen, dos ángeles grandes – 80 centímetros – del año 1800, en madera policromada, portando faroles de plata.
En el año 2000, la Virgen de la Soledad es coronada canónicamente. Para tal motivo el manto fue restaurado y su bordado se pasó a nuevo terciopelo. La corona, realizada en los talleres de Villarreal de Sevilla, está hecha con el oro y la plata que donaran sus hijos ayamontinos.
Aquel ocho de julio tiene lugar rojo en el almanaque que cada cofrade lleva en su corazón. Ayamonte entero estaba en el Paseo de la Ribera, con un palio de cielo azul sostenido por palmeras, y hasta el Paseo de la Ribera descendió la portada del Templo de San Francisco familiarizando a la Virgen con el acto. La solemnidad de la Coronación estuvo precedida de la voz del Pregonero que, para ese día pedía

“Mi imaginación, Señora, montará tu paso con un palio blanco.
Quiero que las lágrimas de las promesas se hagan palmas y pasillo de sonrisas camino de La Ribera.
Quiero que las filas se llenen de penitentes niños entonando canciones felices de su infancia.
Quiero que la Virgen lleve un Ayamonte chiquito en sus manos.
Quiero que vaya guapa y acicalada, recién peinada en las aguas del Guadiana”.
Todos los Viernes Santos, la Virgen de la Soledad, que se sabe las calles de memoria, deja escrito en sus paredes los mensajes de la Madre, y Ayamonte, que sabe de glorias y penas se lo agradece en un “hasta el año que viene”, cuando, entrada la madrugada, vuelve a la Plazoleta y cierra las puertas de “San Francisco”.

Rafael Pérez Castillo(210409)

Todas las fotos de este artículo corresponden a los maravillosos y bien conservados:
ArchivoDonaldPress/mojarrafina.blogia.com a quienes agradecemos desde aqui su gran colaboración. Gracias de forma muy especial a mojarrafina.blogia.com

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